Dos letras, el comodín para completar un hueco problemático en el crucigrama. La solución de emergencia cuando no puedes echar mano de una preposición. Mamífero rumiante africano de la familia de los antílopes. Ñu. A Pau Luque lo conocimos con su ensayo Las cosas como son y otras fantasías y el pequeño cuaderno, coescrito con Natalia Carrillo, Hipocondría moral. Ambos textos son capitales para entender el paso lógico emprendido con esta novela que es algo más que una novela. O, mejor dicho, que se puede leer desde diferentes coordenadas: de un lado, como un pequeño retrato (auto)biográfico en el que su autor peina juventud y madurez intentando descifrar las diferentes modulaciones de la identidad personal; del otro, como diálogo casi socrático con ese personaje, Curiel Jordana, que ya sea a través de correos o en forma de recuerdos discute, rebate y pone el punto sobre las íes a las numerosas ideas y concepciones de la vida que podemos manejar. Y todavía quedaría una tercera coordenada, que caería del lado del cuaderno de lecturas, del ensayo ligero -en la forma, que no en el contenido-, del comentario moral. Ese en el que Luque se maneja con una soltura pasmosa.
Por Ñu desfilan diferentes épocas y lugares. México y España, Génova y Vilafranca. Infancia y adultez. Cada pasaje es como un episodio o un ejemplo que su autor desmonta y argumenta. Un problema que busca solución, aunque la respuesta pueda resultar insatisfactoria. Otra más, ni mejor ni peor. En ese sentido, la de Luque es una novela filosófica. No podría ser otra cosa. Ferlosiana. De juguetear con anécdotas, ideas, preguntarse y preguntarnos por el sentido de tantas y tantas cuestiones y hacer, como quien no lo ha planificado, un pequeño tratado moral.
Por el libro desfilan unas cuantas reflexiones brillantes, unas más literarias y otras más bien filosóficas. Reseñas sobre Iris Murdoch, picotazos a esa literatura tan característica de Bellow o Roth, citas a Bernard Williams y ejemplos de hipocondría moral. Pero lo que hace que el libro cuaje, que no se noten sus costurones, es que resulta de lo más liviano. Ligero a la manera de ese ensayismo que se ha perdido, en el que, entre retazo y retazo biográfico, surge una idea, un relámpago intelectual, una proposición a tomar en consideración. Que, en definitiva, es literatura. Y, además, con poso y muy bien hilada. Un goce.
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