Las voces de las cosas. A propósito del último libro de José Saborit

Las voces de las cosas

A propósito del último libro de José Saborit

Con los ojos de nadie

(Pre-Textos, 2021)

MANUEL ARRANZ

La diferencia entre conocimiento y expresión es un gran problema. Esto es lo que quiero decir: diferencia entre la expresión de lo concreto, de lo visible, y el conocimiento, o la expresión de la idea, de la cualidad propia, diferencial, comparada, del sujeto”.

Francis Ponge

El cuaderno del bosque de pinos

 

Con los ojos de nadie es el quinto libro de poemas que publica José Saborit. Una impecable edición de la editorial Pre-Textos ilustrada con una viñeta del propio autor (La sombra). Los otros cuatro libros anteriores son: Flor de sal (2008); La eternidad y un día (2012); La misma savia (2016) y Carta al hijo (2017). Los tres primeros también en Pre-Textos, y el cuarto en Banda Legendaria. Con la excepción de la Carta al hijo, una bonita y emocionante plaquette, entre un libro y otro transcurren entre cuatro y cinco años. Cinco años que en alguien como José Saborit se traducen en muchos libros leídos, muchas conversaciones, muchos paseos. Cinco años es mucho tiempo. Cinco años pasan como un suspiro. El tiempo es relativo. Relativamente relativo. Con la edad el tiempo se acelera. Con la edad todo se acelera. Todo menos tú, que te vas quedando atrás, hasta perderte de vista.

Con los ojos de nadie es un libro de madurez. El poeta joven, es cada vez menos joven y cada vez más poeta. Y un libro de madurez no sólo porque el autor domina su herramienta, sujeto y a la vez objeto de su arte, en la medida en que las palabras trabajan con las palabras sobre las palabras a las que imprimen su impronta; sino porque las pasiones, las emociones, los sentimientos, e incluso los pensamientos, que los soles dispersan, y las lunas concentran, los pensamientos que han dictado uno tras otro los cuarenta y siete poemas de que está compuesto el libro, son los de un hombre que ha recorrido muchas sendas y caminos, que ha subido por sendas nunca usadas buscándose a sí mismo, que se ha perdido a menudo para volverse a encontrar en el punto de partida, y finalmente ha hecho del camino su casa. El caminante, que no renuncia a expresar lo inexpresable, que ha leído que nada es inexpresable, vuelve de cuando en cuando la vista atrás, y comprueba que su sombra le está siguiendo de lejos. El caminante se para. Traza una línea en la arena con la punta de la bota. Saca su cuaderno y escribe: Detenerse un momento / y apreciar el dibujo / trazado por el paso. Y prosigue su camino. Al cabo de una hora hace otra pausa: Tras caminar un trecho a la intemperie / te sientas en la yerba con la espalda /apoyada en un pino protector. Y continua su camino. El paisaje ya no es el mismo. Ha comenzado a oscurecer. El caminante acelera instintivamente el paso.

Si hay algo que persigue Saborit, tanto cuando escribe como cuando lee o cuando pinta o dibuja, es la sencillez, la claridad, la transparencia, la naturalidad. Dicho de otro modo: sus poemas no ocultan nada, no quieren decir nada que no digan, que no esté a la vista. La poesía de Saborit no hay que interpretarla, sólo hay que leerla, y comprenderla. Una orquídea blanca es una orquídea blanca, unos labios son unos labios y un árbol es un árbol. Cualquiera que haya escrito alguna vez, ya sea un poema o una página de prosa, sabe que lo que parece más fácil de hacer suele ser lo más difícil. En cuanto cae la tarde / y la luz atempera los colores, / caminar por el monte / hasta una inmensa fronda, / sentarse frente a ella, / contemplar la espesura, /olvidar las palabras / y dejar que los ojos / respiren en el verde.

Con los ojos de nadie es un libro  con principio y con  final. No todos los libros los tienen. No todos los libros dicen tanto, diciendo a la vez tan poco.

Poema final. Desaparición. El poeta reafirma su voluntad de desaparecer, se esfuma, se evapora, consciente de su insignificancia: “No hay nada que conozca, / nada de lo que yo pueda dar cuenta”. “Yo es ahora un extraño, / un sujeto cualquiera que predica”. El poeta, un mortal más al fin y al cabo como nosotros, no tiene más que una vida. Es un hombre que camina, con una sola vida que vivir, un hombre que ha comprendido que lo que importa es el camino y que caminar es un ritmo, una manera de estar en el mundo. Poesía cada vez más despojada de cualquier adorno superfluo, cada vez más desnuda, más austera, más exacta. Poesía que se entrega sólo a quien sabe escuchar las voces de las cosas, a quien sabe mirar con los ojos de nadie. 

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