D´Annunzio habla a los Arditi oct 1919
“Fiume” es un gran libro que no debería pasar desapercibido
En 1919, un ejército italiano de 287 hombres a las órdenes del poeta Gabriele D’Annunzio ocupó la ciudad de Fiume. D’Annunzio no consiguió que Roma reconociera la anexión de este territorio en 1919, así que se nombró a sí mismo como Duce de Carnaro. La carta de Carnaro fue la constitución de este nuevo estado. Tras la firma del tratado de Rapallo, en la Navidad de 1920, Italia decide bombardear Fiume. D’Annunzio abandonó la ciudad el 18 de enero de 1921. Riccardo Zanella fue entonces el primer presidente del Estado Libre de Fiume, cargo que ocupó de octubre de 1921 a marzo de 1922. Fiume se mantuvo como estado soberano hasta 1924, en que fue anexionada formalmente a Italia. Posteriormente fue ocupada por los alemanes y, más tarde fue cedida a Yugoslavia. Actualmente la ciudad se llama Rijeka y alberga el principal puerto de Croacia.
El régimen que estableció D’Annunzio en Fiume marcó las líneas básicas del fascismo. De ahí el interés de esta historia que novela Fernando Clemot en su último libro, titulado precisamente “Fiume”, y cuya lectura resulta muy apasionante. Se centra en el tiempo que D’Annunzio se mantuvo en el poder y relata una época y unos acontecimientos muy singulares.
“Fiume era la probeta donde se agitaría todo aquello, un experimento que luego inflamaría Europa. En aquel año de 1919, DA podría haber organizado una entrada triunfal en Roma […] pero decidió ir primero allí, ponerse una nueva medalla antes de que le colgaran la banda, ensayar en un escenario reducido y simbólico las nuevas formas que debían gobernar Italia y el mundo”.
El personaje principal es Tristam Vedder, que vivió aquel episodio como corresponsal del New York Tribune, y treinta años después visita Italia con su familia. Viaja con su esposa Cynthia, con quien convive dejándose llevar por los últimos restos de un amor a punto de hundirse; y con su hija Laura y el marido de ésta, Nathan, por quien Tristam no siente ningún aprecio. El motivo del viaje es visitar el lugar en el que murió su hijo menor durante la Segunda Guerra Mundial. Pero también va en busca de su propio espíritu, los recuerdos de una época extraña y enloquecida que le marcó de forma decisiva.
La narración mezcla los tiempos de la acción a través de los vaivenes de la memoria. La visita a la basílica de San Francisco de Asís nos lleva al encuentro entre el periodista y D’Annunzio, o al sórdido episodio protagonizado por su hija en una relación anterior. Un juego narrativo al que se entrega Fernando Clemot con notable maestría, sin que el lector se pierda en ningún momento y, en el caso de quien pretenda estar atento al engranaje estructural, obligándole a volver atrás para ver cómo nos ha llevado a este otro asunto, en qué momento realizó el giro argumental.
Esto es lo opuesto a un libro de iniciación. Se trata más bien del balance de una existencia, de una ideología que nos ayude a comprender el mundo. El hombre anciano que sabe lo que es sentirse embriagado por una violencia grupal hacia víctimas más débiles, que recuerda una seductora y alocada historia de amor, se encuentra de pronto ante la soledad y la incomprensión. Su hija parece estar siempre reprochándole algo, como su esposa; el único que no dice nada es su yerno, Nathan, cuya existencia gris y sin ambiciones le provoca rechazo y desprecio.
Hay momentos magníficos en esta novela, escenas que se clavan en la retina como un recuerdo vívido. El retrato de ese histriónico D’Annunzio, Los caballos muertos en el frente del Somme. El ambiente festivo de las calles de Fiume. Los imponentes monumentos romanos. La crueldad y el miedo. Momentos sobrecogedores narrados con mano firme y cierta poética que, sin restarles un grado de dramatismo, los muestra con la belleza de un cuadro expresionista.
El anciano descreído, hastiado, reviviendo los días de euforia en Fiume, con bandas de música tocando día y noche, bailes, fuegos artificiales, arengas, alcohol, drogas, mujeres, pasión a flor de piel, como estar en mitad de la alucinación de una borrachera eterna. El grito triunfal, ¡Eilá! ¡Eilá! ¡Alalá! El saludo romano, el histrionismo del líder, contrapuesto a la soledad decrépita de la vejez, a la amargura, a las ruinas de una vida que está llegando a su fin: el absurdo de la guerra y de la muerte.
Uno sale de la lectura de esta novela intensa y desgarradora bastante turbado, noqueado por el texto, sintiendo en el pecho los restos de una historia que corta la respiración. Una época fascinante que resulta increíble. Un libro capaz de mantenernos pegados a sus páginas, manteniendo una tensión que se va acelerando conforme llegamos al final y nos enfrentamos a dos momentos emocionalmente potentes y estremecedores.
“Fiume” es un gran libro que no debería pasar desapercibido.
Miguel Sanfeliu