Sobre el/la autor/a
No podía César Fernández Arias (Caracas, 1952) no encontrarse en algún momento, por encima de las barreras de la cronología y de la historia, con Ramón Gómez de la Serna. Fascinado desde hace mucho tiempo por las viejas vanguardias, este caraqueño madrileñizado tiene algo de moderno juglar. Buena parte de su inspiración se la proporcionan la calle, la vida que pasa, los acontecimientos históricos algo que quedó especialmente claro cuando a los fastos del 92 sevillano respondió con una plaquette de tapas rojas titulada Expolio (1993), que también puede leerse como «expo-lío». A César le va la inmediatez de los medios de comunicación de masas, y muy especialmente de los diarios y hay que recordar en ese sentido las ilustraciones que durante años publicó en El País de las Tentaciones o sus actuales viñetas para cierta campaña ministerial. Se siente asimismo a gusto con publicaciones más secretas que en cierto modo recuerdan el modo de funcionar editorial de las viejas vanguardias, así esta Media Vaca valenciana de Vicente Ferrer, con el que lleva años colaborando, al igual que su gran amigo Ángel Guache, cuyo humor tiene también bastante de ramoniano.
Las cien greguerías visuales de César Fernández Arias componen un perfecto correlato a las cien greguerías escritas de Ramón Gómez de la Serna, bien escogidas por el improbable Herrín Hidalgo. Como Ramón, César es un gran amante de los objetos manufacturados, ya sean nuevos, ya sean usados. Como Ramón, es un atento observador de la vida en torno. Como Ramón, que siempre tenía un pie en la Puerta del Sol y otro en Montparnasse, es un vanguardista que no desdeña, antes al contrario, lo castizo y lo popular. Como Ramón, del que salen Tono, Edgar Neville, Jardiel Poncela, Miguel Mihura y compañía, tiene humor por arrobas. Como Ramón, sin dejar de ser poeta, sabe ser también de una gran eficacia a la hora de decir su asombro ante el mundo, eficacia que en ambos casos puede recordar la de Fernand Léger, un pintor muy presente en Ismos. Juntos, Ramón y César nos hablan de orugas, y de tigres circenses, y de relojes de estación; del cactus, planta moderna por excelencia, bien lo sabían en Alemania en la época ramoniana; de lo peligrosa que es, como arma, la trompeta; de los «parientes de parada»; y de cosas tan triviales como la dificultad que entraña pescar un jabón dentro de una bañera, o sacar una llave de un llavero llavero que, por cierto, a César le ha salido bastante Léger. Irreverentes, les encantaría que la estatua ecuestre le diera una coz al que lee el discurso. Cívicos, les indigna que los españoles, después de sus picnics, dejen el campo hecho una porquería. Humoristas negros, hablan una y otra vez de la muerte, que a César le sale muy, pero que muy mexicana. Sociales, decretan que «la mosca es la sortija del pobre». Realistas mágicos, detectan al fotógrafo agazapado que hay en el fondo de los espejos, o caen en la cuenta de que «el cocodrilo es una maleta que viaja por su cuenta», o de que «la linterna del acomodador nos deja una mancha de luz en el traje».
Gracias le sean dadas a Vicente Ferrer, por haber propiciado este iluminador encuentro, este diálogo fructífero entre César Fernández Arias y Ramón Gómez de la Serna, diálogo greguerístico que empieza desde la cubierta misma: un retrato precioso, rutilante, en rojo, amarillo y negro, del mascarón de proa de todas nuestras vanguardias, retrato al que siguen unas guardas superpobladas y asimismo formidables. Este libro único estoy seguro ocupará un lugar de honor tanto en la biblioteca de los niños vanguardistas como en la de los ramonianos.
Juan Manuel Bonet