Libro de los defectos de los demás
Sinopsis
Aunque ha elegido retratarse como un señor con una cabeza que parece una tortilla de patatas, Chu-li Chen es una ilustradora taiwanesa. Hace unos años vino hasta nuestra editorial con un libro premiado en Londres, en el museo Victoria & Albert, como mejor proyecto realizado por un estudiante de Diseño.
Hay que decir que Chu-li vino a España, sobre todo, atraída por el chorizo (y quizá también un poco por la tortilla), porque es una golosa del chorizo. En otros individuos, esa particularidad sería un defecto muy grave, pero en el caso de nuestra amiga, es una virtud indiscutible.
Según explica su autora, la idea de este libro se le ocurrió al detectar grandes diferencias de carácter entre los británicos y sus paisanos taiwaneses. Tenía ganas de hacer un libro, y lo hizo a su manera: construyendo muñecos de tela, que pintó y dispuso sobre la pantalla de una fotocopiadora para conseguir efectos de movimiento. Puede sonar raro, pero los originales de este libro son fotocopias.
A través de cinco personajes: la Señora Chismosa, el Señor Pusilánime, el Señor Caviloso, la Señora Errátil y el Señor Ebrio, descubriremos con qué gente peligrosa se ha relacionado Chu-li en Europa. Quizá representan a personas que conocemos; quizá somos nosotros mismos. Como dice un famoso proverbio chino, «Nadie es perfecto»; y, como dice otro, menos famoso, que sirve de cierre a este libro, «Si no tuviéramos defectos, no disfrutaríamos tanto observando los de los demás».
Este Libro de los defectos de los demás está especialmente recomendado para aficionados a las ediciones artísticas, para los lectores de los Caracteres morales de Teofrasto (si te gustó ese libro, te gustará este), para personas que comen chorizo mientras leen (el libro tiene exactamente ese mismo color rojo) y para personas con defectos, en general.
¿Por qué te lo recomendamos?
CHU-LI CHEN, LOS CARACTERES MORALES Y LA PRODUCCIÓN POR LOTES
El año que pasé en Brighton estudiando ilustración fue uno de los más felices de mi vida. Era mi segundo año en el Reino Unido, mi inglés estaba mejorando y ya entendía el noventa por ciento de lo que decía mi profesor, George Hardie; podía, incluso, traducirle cosas a mi compañera. Batch production («producción por lotes»), sin embargo, fue algo que no entendí, a pesar de mirarlo en el diccionario.
Ese era, precisamente, uno de los ejercicios propuestos por George. Yo sabía que quería hacer libros, y como había ido reuniendo algunas ideas sobre tipos humanos y diferencias culturales, no tardé en llegar a la siguiente conclusión: «¡Muy bien! ¿Y por qué no hago unos libros sobre estos caracteres?». Supongo que en ese momento estaba experimentando un choque cultural bastante grande, y de ahí mi interés por los diferentes comportamientos humanos. Mi «producción por lotes» dio como resultado cinco libros diferentes desarrollados en forma de flipbooks, en lugar de cinco copias de un mismo libro. El día de revisión, George me dijo que no estaba seguro de que mis libros fueran una «producción por lotes», pero que, en cualquier caso, le parecían fascinantes. (Lo cierto es que, después de todo este tiempo, aún no sé si hice bien o mal la tarea).
Me gustaba estudiar en Brighton. Allí nadie me decía: esto está bien y esto está mal. Los profesores no nos decían lo que teníamos que hacer, sino que nos animaban a exponer nuestras propias ideas, lo que suponía una gran diferencia con respecto a la educación que había recibido en Taiwán. El Señor Pusilánime, sin ir más lejos, fue inspirado por otro de los estudiantes taiwaneses de la escuela: quería ser invisible y que el profesor no lo viera, para evitar que le preguntaran, ante el miedo de dar una respuesta equivocada.
Aunque hace mucho que he dejado de ser una estudiante, sigo aprendiendo, y cada día agradezco todo lo vivido en esa época. El tiempo que pasé en Europa me ha enseñado la importancia de la comunicación, y lo maravilloso que es poder expresar nuestras ideas y pensamientos.
Chu-li Chen