José María Conget - Juegos de niñas
Entre mi canon particular de escritores que merecen el Premio Cervantes ya mismo, en el cual se encuentran José María Merino, Cristina Fernández Cubas o Enrique Vila-Matas entre otros (Luis Landero, Luis Mateo Díez, Soledad Puértolas o Rosa Montero, por ejemplo, cada uno tendrá sus preferencias), ocupa sin duda un lugar destacado el aragonés José María Conget.
La editorial Pre-Textos, que desde hace años viene publicando de un modo exquisito sus libros, acaba de sacar un nuevo volumen de cuentos titulado "Juegos de niñas". Y, como también es habitual, en cuanto lo vi me lo llevé a casa, porque hace tiempo que no dejo pasar un solo título de este original y magnífico escritor.
Los libros de José María Conget son un camino de experimentación, tanto del lenguaje como de la estructura, del manejo del tiempo y del punto de vista. Es una verdadera aventura adentrarse en sus textos, disfrutar con su sentido del humor, asombrarse con sus tramas y, especialmente, maravillarse por su forma de contarlas. Da la impresión, y así lo constata, de que puede hacer lo que quiera con las palabras, auténticas piruetas, frases que se cortan a la mitad y te hacen pensar en cuántas veces dejamos frases sin terminar en nuestro día a día. Siempre te dan ganas de volver atrás, de releer, de averiguar cómo fue capaz de hacerlo. Como si un arquitecto edificara un edificio siempre al límite del colapso y, sin embargo, se mantuviera en pie, espléndidamente bello, desafiando todos tus prejuicios, todos tus temores, sin darte más alternativa que abrir la boca y quedarte con cara de asombro.
El argumento de sus historias posee un toque muy personal, interesándose por personas corrientes que viven un acontecimiento trivial de un modo catastrófico. Un suceso anodino puede destruir esa estabilidad frágil en la que nos instalamos con una confianza despreocupada. La realidad se puede teñir de sueño inquietante, incluso de pesadilla, sin que terminemos de entender por qué. O podemos encontrarnos con sonrisas enigmáticas que parecen una conspiración. O constatar que un sólo gesto es capaz de acabar con una historia de amor narrada desde dos puntos de vista. Asistimos también al hipnótico ambiente de unas vacaciones en familia, manteniendo unas relaciones que parecen en todo momento a punto de zozobrar. Y alguna vuelta a esa época gris de la posguerra, a un país entumecido mentalmente, en el que unos "católicos comprometidos" intentan censurar la proyección de una película, cuento que finaliza con un giro muy esclarecedor. Una enfermedad puede ser la causa de la distorsión de la realidad que mencionaba antes. Un recuerdo familiar. La experiencia de un hombre que realiza una terapia acuática y se siente impactado por unas nuevas compañeras. Y "Juegos de niñas", el último relato, reflejo de una transición complicada representada en unos padres que quieren educar a su hija de un modo diferente, alejarla de la religión, y de la televisión, y la historia de esa niña y de su relación con sus nuevas amigas. Una historia de crueldad y de rivalidad. El libro se completa con "Tres cuentos malsanos sobre escritores", que funciona casi como un libro independiente dentro del libro en sí. Aquí encontramos a una joven promesa, cuyo momento pasó sin pena ni gloria, que encuentra en la biblioteca un antiguo libro suyo lleno de certeras anotaciones. Otro relato refleja el ambiente competitivo de un congreso literario. Y el tercero habla de un escritor invitado por un país extranjero a participar en los actos de su Feria del Libro, un cuento titulado "Toronda" que respira el más puro aire kafkiano.
En todos sus textos se produce una interesante indagación sobre el modo de narrar una historia. Una indagación que se materializa en la puntuación, en el punto de vista, en el empleo de la ironía, en el modo en que los pensamientos, las acciones y los diálogos se entremezclan sin acotaciones, en un mismo párrafo, con la sabiduría necesaria para que el lector los visualice y no se pierda.
En resumen, por decirlo de un modo coloquial, me flipa el estilo literario de José María Conget. No descubro nada nuevo al constatar que es un escritor único, un clásico vivo, y cada nuevo libro nos brinda la oportunidad de lanzarnos por una vertiginosa montaña rusa de pura literatura. Así se entiende que al salir de sus páginas todavía sintamos el vértigo de haber vivido una aventura adrenalínica que nos ha descolocado y nos ha dejado un poco aturdidos.
En definitiva, un nuevo paseo por la imaginería y el estilo de un autor incomparable. Si todavía no han leído nada de José María Conget, no pierdan más el tiempo y lean este libro.
Miguel Sanfeliu