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Garra de la guerra

20,00€

Sinopsis

La poeta Gloria Fuertes siempre quiso reunir en un volumen sus poemas contra la guerra; el título Garra de la guerra lo inventó ella y existe desde hace mucho tiempo.
Para un gran número de lectores que conocen solamente las poesías «infantiles» de Gloria Fuertes y no están familiarizados con su producción «para mayores», este libro será sin duda una sorpresa. En realidad la linde entre lo escrito para unos y para otros muchas veces viene marcada por el tipo de publicación que recoge esos poemas: los libros para niños están llenos de coloridos dibujos; los libros para no tan niños (prologados por prestigiosos poetas como Jaime Gil de Biedma) no suelen llevar dibujos y tienen un aspecto más serio.

Para algunos lectores que conozcan los tres volúmenes editados por Cátedra –de donde procede la totalidad de los textos recogidos en este libro nuevo– la sorpresa será quizá aún mayor. Los collages de Sean Mackaoui, con el impacto visual de un cartel, ligados a las letras maravillosamente claras y redondas de Gloria Fuertes, dibujan el más vehemente grito de antiguerra.

En Garra de la guerra se habla de la guerra civil –la más incivil–, de la bomba atómica (que aún colea), del horror, del hambre, de los hombres que pasan hambre; y por supuesto de los niños, que son siempre las víctimas favoritas de todas las guerras.

¿Por qué te lo recomendamos?

Aquí se vende de todo
palillos eléctricos, virgos de plástico,
comida para perros,
comida para gatos,
comida para ciervos,
cocidos enlatados.
Casas con ruedas,
ataúdes con ruedas,
corazones con ruedas.
Guantes para albañiles,
guantes para peones,
guantes para gigantes.
Gafas para dormir,
gafas para picar piedra,
gafas para picar cebolla,
¡Gafas para picar cebolla!
¡Gafas para picar cebolla!
¡Gafas para picar cebolla!
Aquí, donde la atómica
¡se venden gafas para picar cebolla!
(Gloria Fuertes; «Oda a EE.UU.»)

Ficha técnica

Autor/a: Gloria Fuertes y Sean Mackaoui
Editorial: Media Vaca
ISBN: 9788493200425
Encuadernación: Tapa Dura
Nº Páginas: 112
Año edición: 2015
Idioma: Castellano
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Sobre el/la autor/a

Gloria Fuertes nació en Madrid en 1917 y murió en esa misma ciudad en 1998. Escribió libros para niños y para mayores, tantos que no he tenido paciencia para contarlos. De sus muchos amores –cuenta ella– sólo uno no la quiso por sus versos: un primer novio al que dieron por desaparecido durante la guerra civil.
Ha dejado su biografía repartida en sus poemas, que se pueden leer como un diario. Así nos enteramos de que tuvo una infancia triste, porque sus padres no la querían; aunque lo cierto es que nada ni nadie le impidió criarse con humor; cuando alguno le preguntaba qué quería ser de mayor, ella respondía: «Huérfana».

Todo el mundo conoce a Gloria Fuertes, o al menos cree que la conoce, pero no es cierto. Ni siquiera es probable que Gloria Fuertes conociera del todo bien a Gloria Fuertes.

Para muchos es sólo una popular autora «para niños». Otros –los menos– aprecian únicamente sus poemas «para adultos». Los que escriben de poesía y de estas cosas (que algunos consideran inasibles) dicen de ella que pertenece a la generación del 50, al grupo de los poetas sociales, al de la poesía cotidiana, a los filopostistas o postistas de segunda generación, etc. A ella no le gustaba que la encasillaran. Tampoco le gustaba que la llamaran «poetisa».

Hay libros de poesía que tienen títulos maravillosos (a veces tan buenos que hasta sobra el libro); Gloria Fuertes puso a uno de los suyos uno de los que más me gustan: Poeta de guardia. Para ella la poesía era un oficio necesario con dedicación a tiempo completo. En una carta a Max Aub en la que se presentaba al escritor, le dice: «Estoy segura de que te gustará algo mi poesía. Quiero que todos hagamos arte útil, o a lo menos necesario, llevar nuestros libros al pueblo, no a cuatro intelectualoides, liricoides, técnicos-críticos, fríos o ñoños».

Gloria Fuertes ha dejado escrito que sin la tragedia de la guerra civil quizá ella no hubiera empezado nunca a escribir poesía.

También hay constancia de que fue la primera chica moderna de la gris posguerra española. Por lo menos la primera que en Madrid se paseaba en bicicleta con falda-pantalón, y la que puso de moda entre las mujeres el llevar corbata.

El poeta Jaime Gil de Biedma era un entusiasta de su poesía y realizó una selección de sus poemas para una prestigiosa colección. A partir del interés de Gil de Biedma, autor muy bien considerado, su poesía empezó a ser mejor apreciada y más leida.
A pesar de tener pocos estudios y ninguna experiencia en la enseñanza, Gloria Fuertes fue profesora en una universidad de Estados Unidos entre 1961 y 1963, la que según ella fue la mejor época de su vida. Es la época de Kennedy y el principio de la guerra de Vietnam. Gloria decía que a sus alumnos les hacía romper los papeles de reclutamiento.

El tema de la guerra está presente en muchos de sus poemas. Siempre quiso reunirlos todos en un libro, y ya tenía el título pensado: Garra de la guerra. En la Fundación que conserva su legado existe una carpeta azul llena a reventar de papeles y papelitos (desde billetes de tranvía hasta impresos comerciales) con los escritos que pertenecen a esa época. Son las primeras tentativas poéticas de Gloria Fuertes, su banco de pruebas. También seguramente sus primeros ejercicios de mecanografía.

Esto es lo que Gloria Fuertes pensaba de la poesía:
Poesía cotidiana debe ser «al pan, pan y al vino, vino» (pero con belleza, que para eso es Poesía). Algo directo, emotivo con gracia. Demostrar que: Cualquier sentimiento, idea, tema, o cosa, tiene poesía. No hay nada antipoético en la vida (a no ser el verbo matar y sus derivados). Cuando la Poesía es clara, viva, jugosa –sin salirse del tiesto–, escrita con emoción y con gracia, es cotidiana y útil como un traje barato de diario. Cuando la poesía es así, llega a los superfinos, a los críticos, a los catedráticos y llega (¡oh milagro!) a la masa –no quiero decir masa–, a la mayoría, sin educación ni cultura, porque para sentir lo poético no hace falta ser bachiller. No es un problema educacional, porque hay cierto tipo de poesía con la que puede llorar o reír un analfabeto –te lo digo por experiencia propia–.
(de Poesía cotidiana. Antología. Selecc. y pról. de Antonio Molina. Ediciones Alfaguara; Madrid-Barcelona, 1966)

Gabriel Celaya, uno de los poetas más conocidos de la generación de la posguerra, de la poesía social o como queramos decirlo, en carta a Max Aub (22 sept. 1955), le dice que ha conocido personalmente a Gloria Fuertes y que a él, como se dice, su poesía le hace «tilín». Esta es una poesía suya titulada «Franciscanismo»:

FRANCISCANISMO
Hermana nube, hermano pajarito,
y tú, perro policía,
y tú, policía armado,
¡todos sois hermanos míos!
Pero dime tú, Francisco,
¿son los bacilos de Koch
también hermanitos míos?

(de «Cuatro canciones tachadas», en Parte de guerra, ed. Laia; Barcelona, 1977)

Para Francisco Nieva, amigo y compañero en la aventura postista, Gloria Fuertes era «un Prévert femenino que sonaba a Madrid, como la Piaf o Prévert sonaban a París».

El postismo se lo inventaron en Madrid Eduardo Chicharro, Carlos Edmundo de Ory y Silvano Sernesi. Era una especie de último ismo, imaginativo y alegre que –en palabras de Chicharro– compartía sistema de calefacción con el surrealismo. Carlos Edmundo de Ory, amigo de Gloria Fuertes, es el autor de este poema, «Heil Hitler», que seguramente no es lo más representativo de su producción pero que viene bien a este libro de guerra:

HEIL HITLER
Treblinka Treblinka Treblinka
Heil Hitler!

Büchenwald Büchenwald Büchenwald
Heil Hitler!

Plotzensee Plotzensee Plotzensee
Heil Hitler!

Auschwitz Auschwitz Auschwitz
Heil Hitler!

(de La flauta prohibida. Colección Guernica. Editorial Zero, S.A.; Bilbao, 1979)

Otro gran poeta de los llamados sociales, con Celaya, Hierro o Ángela Figuera, es Blas de Otero. Blas de Otero escribió poemas necesarios, como los que le gustaban a Gloria Fuertes, y aquí copiamos uno que parece escrito para este libro:

OROS SON TRIUNFOS
OJO!
Estados Unidos sale
de espadas.
Para defender el oro.

(de «En castellano». En Verso y prosa. Edición del autor, Cátedra; Madrid, 1981)

La poesía de Gloria Fuertes hay quien dice que bebe también en Unamuno, que escribió un Cancionero al que llamó Diario Poético. Por razones seguramente extraliterarias, o no sólo literarias, Blas de Otero valoraba así los poemas de Unamuno: «Si éste es poeta, yo soy arzobispo», pero lo cierto es que Gloria Fuertes inició en Estados Unidos su curso sobre poesía española del siglo XX hablando de sus versos. En su afán por perseguir la verdad, Unamuno se dedicó a quitar la cáscara a las palabras, y no se puede negar que dio con buenos hallazgos; y aunque no es el caso, aquí va esta muestra que encaja de la mejor manera en nuestro jardincillo dedicado a la micropoesía bélica. Lo escribió el 17 enero de 1929, «Al margen de De Buonaparte et des Bourbons, de Chateaubriand»:

Por el campo de batalla
cuando la granada estalla;
grito va;
apocalíptico grito
que resuena al infinito
un… «mamá!»

(Cancionero. Diario poético [1928-1936]. Alianza Editorial, Madrid, 1988)

Ramón Gómez de la Serna fue un poeta que no escribió poemas. Sin embargo ejerció una influencia muy grande sobre Gloria Fuertes. Los poemas de Ramón no rimaban, se llamaban «greguerías» y hablaban de cualquier cosa. Como las canciones de Unamuno, eran un ejercicio diario que tenía como objeto contar todas las cosas del mundo, lo que pasa y lo que no pasa. Ramón lo hacía con humor, y para él el humorismo era sobre todo «una actitud frente a la vida».

Cuando en los alambres de púa salgan rosas, habrán acabado las guerras (Ramón).

La mejor manera de conocer a un poeta es leer sus poemas. Si nos gustan desearemos hacerlos nuestros y sentiremos una envidia sana (si tal cosa es posible) hacia la persona que los escribió. Y quizá pensemos que nos hubiera gustado vivir una vida así, para poder sentir y escribir esas cosas. Quien quiera saber más de Gloria Fuertes tendrá que leer sus libros, porque ya no está la autora para recitarlos (de una manera que hacía temblar) al oído, a la cara o a las narices. A muchos lectores que no conocen su obra, seguramente les gustarán sus poemas y se enamorarán de esta joven que en el año 37 tenía cintura de avispa. Estos son poemas sobre la guerra, o mejor, como ella prefería: sobre la paz. No hablan de cosas bonitas, porque la guerra es un asunto muy feo; hablan de lo que hay que hacer. En el fondo todo está ya dicho, y sin embargo parece que si de vez en cuando un poeta no se pone en pie para recordarnos que la guerra es brutal, horrible, una monstruosidad, todos saldríamos corriendo dispuestos a comernos vivos. Pero no, ya está bien, dejémonos de guerras para poder leer en paz.

Herrín Hidalgo

 

Sean Mackaoui

Ya en el sótano y a punto de dormirme, recuerdo durante no más de treinta segundos el impacto de diez proyectiles en las inmediaciones de nuestro edificio. A la mañana siguiente un guardia bajó al sótano y me despertó. Con gran amabilidad me informó de que el edificio aún seguía en pie.
Estas palabras pertenecen a Sean Mackaoui, el tipo más informal y a la vez el más impecablemente vestido y mejor afeitado del hemisferio occidental (Lausanne, 1969). Un hombre que sonríe a todo el mundo, que hace chistes que nunca ofenden y que, como buen anglo y ciudadano del mundo, jamás ahonda en temas de religión, política o sexo. O casi nunca. Este anglo-libanés-españolizado coge aviones sin cesar y centra su vida en su trabajo de collagista; obsesión que comparte con sincera alegría a la vez que mantiene un equilibrio emocional envidiable de solapa de bestseller al estilo: «…y vive en Madrid con su mujer, sus dos hijos y un perro». Sean nació en la Suiza inconmovible y quizás por eso sea un tipo tan feliz.

Un buen día, sin embargo, cuando el mundo comenzaba a creer que su dicha era una afección glandular, le tocó hablar de aquella noche en el Líbano. Le temblaron los labios. No supo qué hacer con las manos y se removió en su silla como diciendo: «Joder, tío, ¿por qué hay que hablar de esto?».

Uno no es sólo lo que es, sino mucho de lo que no es.

Unos años después de sufrir la guerra en carne propia, Sean desayuna en su cocina impoluta del barrio de Malasaña y después se pasa el resto del día juntando objetos raros (figuras de plástico, motores, maderas, modelos a escala), amontonando revistas viejas, tijereteando ilustraciones y fotos, llenando sin cesar, y siempre con una pulcritud envidiable, cajones y cajas de papeles impresos hace medio siglo, recortando aquí para pegar allá, segando todo lo que encuentra a su paso para luego, a través de esas formas prestadas, hablar con voz propia.

En fin, haciendo todo lo posible por llenar el mundo de collages: esa expresión feliz, en la acepción armónica de la palabra, siempre elegante como él, jamás busca violentar, perturbar o escandalizar, sino más bien acariciar los pliegues del cerebro como quien acaricia a un gato.

¿Por qué un hombre escoge un camino u otro? ¿Por qué para Sean Mackaoui la tijera es más poderosa que la espada?

Claudio Molinari

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