El hombre sentado en el pasillo. El mal de la muerte
Reseña de Miguel Blasco
Sinopsis
El hombre sentado en el pasillo describe, con la aparente frialdad de quien observa algo que le sobrecoge. A su vez, el protagonista de El mal de la muerte, aquejado de la imposibilidad de amar, contrata por unas noches a una joven en cuyo cuerpo él espera aún encontrar esa vida que le va. Marguerite Duras alcanzó una rara perfección con estas dos obras, publicadas juntas en este volumen
¿Por qué te lo recomendamos?
¿POR QUÉ ES ÚNICA MARGUERITE DURAS?
Por Miguel Blasco
Cuando jugamos a ese pasatiempo tan entretenido de seleccionar una serie de fragmentos de cuentos o novelas (no vale más de dos o tres líneas) y las leemos en alto y cada participante debe descubrir al autor u autora correspondiente, con la que nunca fallo es con Marguerite Duras. Otras, muchas, se me pueden escapar o confundirme pero nadie, repito, nadie, escribe como Marguerite Duras. A veces puede haber alguna duda con algún fragmento de Fleur Jaeggy, de Diane Brasseur o de Agota Kristoff, tres excelentes narradoras, pero el estilo de Marguerite es único, irrepetible, y tratar de emularlo, sin caer en el más bochornoso y visible de los plagios, resulta complicado.
El mal de la muerte –cuento largo o novela de media distancia- con sus apenas ochenta páginas condensa a la perfección todas las claves de ese peculiar estilo. Muchos recomiendan acceder al universo durasiano a través de El amante que, por otra parte, es una novela sensacional, no obstante noto que ella misma descafeína su estilo por hacerlo un poco para todos los públicos; yo siempre invito acceder a su imaginario con El mal de la muerte.
Lo primero que llama la atención es el empleo sistemático de frases cortas, muy breves, casi telegráficas, a mitad de camino entre el guión cinematográfico y la acotación teatral. Otro rasgo característico es la repetición obsesiva al inicio de cada una de ellas del nombre de los personajes o, en su defecto, tal cual es el caso que nos ocupa, el empleo al inicio en casi cada frase de un Ella anónimo, mientras que para el personaje masculino pasa a la segunda persona del singular y emplea el Usted, construyendo así un prodigioso guiño con el lector.
El tiempo verbal empleado suele ser el presente, para acrecentar esa sensación de inmediatez, todo está sucediendo o, más difícil todavía, sucederá en el futuro, una especie de flash-forward: esta técnica le confiere a su escritura un carácter oracular, premonitorio. Luego está la intensidad. Marguerite Duras sabe congelar los momentos más álgidos y, a fuerza de volver a ellos, los sobredimensiona.
La premisa narrativa de El mal de la muerte le sirve a la perfección para tal propósito: un hombre contrata los servicios de una mujer (se desliza que podría tratarse de una modelo o tal vez de una meretriz, aunque no queda muy claro) para que todas las tardes acuda a su casa y pose ante él en una habitación exclusivamente destinada para tal fin, en realidad no sabemos si es su casa o un hotel u otro espacio alquilado,
La mujer cumple día a día su cometido a la par que establece una relación mucho más intensa en la que enarbola una extensa perorata en contra del hombre que la contrató, un discurso que, sin caer en los tópicos de cualquier –ismo, desgrana o desmonta todos los vicios eminentemente masculinos: la necesidad de un sexo que tienda a la representación, el espíritu de posesión/dominación, la falta de tacto y de ternura y, sobre todo, esa enfermedad del siglo XXI: la incapacidad de amar realmente.
Por si fuera poco, otro propósito de la nouvelle es reventar las turbias relaciones de jerarquía que se establecen en el amor, en una relación de pareja, por ambos bandos, y finalmente poner de manifiesto lo limitado de una relación heterosexual/monógama.
Abro el libro al azar y sale este fragmento:
Ella llega con la noche. Llega con la noche. Toda la noche usted la mira. La mira durante dos noches. Luego, una tarde, al anochecer, lo hace. Habla. Ella le pregunta si le es útil para que su cuerpo esté menos solo. Usted dice que no comprende muy bien esa palabra cuando designa un estado. Que está en un punto en que confunde entre creer estar solo y por el contrario llegar a estarlo, y añade: como usted.
Y otro:
Joven, ella sería joven. En sus prendas, en sus cabellos, habría un olor estancado, usted procuraría saber cuál, y terminaría por nombrarlo como usted sabe hacerlo. Usted diría: Un olor a heliotropo y a cidro. Ella responde: Como quiera.
Sirva cual curiosidad final el hecho –un tanto delirante– de que esta novela breve fue editada en España dentro de una famosa colección de literatura erótica, siendo, como es un texto en las antípodas del erotismo, un documento que pretende más bien dinamitar el propio concepto de erotismo, y en el que los pasajes sexuales son la excusa para llegar a otro fin muy distinto a cualquier tipo de excitación.