Sobre el/la autor/a
De Pepe Cardona siempre recuerdo –cuando nos conocimos y convivimos en el colegio, desde los 8 a los 14 años– su gran imaginación para dibujar y para inventar unos tebeos que hacía preciosos en la época de Diego Valor, un cómic de extraterrestres que él mejoraba con su talento. [LJS]
Mi primer encuentro con El Persa fue en la fiesta de una amiga común a finales de 1969. Él llegó a lomos de una preciosa Ducati 250 De Luxe y acompañado de una exuberante chica. Enseguida me cautivó su aspecto y su conversación, tan diferente a lo que yo estaba acostumbrado en mis reuniones con amigos de la Facultad de Filosofía y Letras. A partir de ese momento cambió mi vida. El Persa me abrió la puerta a mundos tan desconocidos y fascinantes que dejé de ir a clase para poder seguirlo de cerca. [TM]
¿Desconocido El Persa? ¡Si es uno de los tíos a la vez más exhibidos y sencillos que conozco! Yo creo que lo conocemos bien… muchos de sus amigos. Y somos numerosos. Sólo hay un aspecto que escapa a mi comprensión: ¿por qué no es conocido por mucha más gente aún, por eso que se llama «el gran público»? ¿Es porque no quiere, porque no sabe o porque cree que no debe hacerse con un éxito socioeconómico que sin duda merece? [RS]
Me acuerdo del día en que conocí al Persa. Después de organizar el trabajo de literatura, Jorge Pi, desconocido y admirado paisano, vuelto a conocer en la facultad, había quedado a las siete con un tal El Persa en una cafetería de la plaza del Caudillo. Me lo iba a presentar. El encuentro, de los múltiples que tuve esos días, fue de mucho más color. Al Persa lo vi mayor que yo, las arrugas le dibujaban la cara, y sus ojillos, brillantes, como si fueran de dulce y colorines, parecían conocedores ya de muchas cosas. Transmitía tranquilidad y confianza. Se veía que también iba de hipi, pero algo particular, tocado como de pueblo; esto me tranquilizó y me acercó más a él. Pero lo que más me asombró de su aspecto fue la enorme montera que llevaba como puesta en la cabeza, hinchada y a punto de reventar, formada por su amazacotado a la vez que rizado pelo negro. No supe muy bien a qué se dedicaba. Al parecer vivía en una pastelería de la calle Borrull. [JVM]
Conocí al Persa gracias a su publicación La beca del artista. Compré varios números en la librería Valdeska de Valencia, que estaba entonces en la calle Quart, junto al Botánico. Di con las becas, ocultas en la estantería, pasando la mano por detrás de los libros situados en primera fila. En los créditos, plagados de faltas de ortografía deliberadas, venía la dirección del autor y decidí ir a saludarlo. Vivía en la calle de al lado. [VF]
Me acuerdo de la primera vez que vi al Persa. Me abrió la puerta de su casa y me llevó, con sus pasitos cortos y arrastrando los pies como una muñeca de Famosa, hasta el estudio donde trabajaba en Xàbia. Al entrar en aquella habitación me encontré ante un maremágnum de objetos, desde revistas de mecánica a recortables montados y sin montar, pasando por lienzos, carteles, manuscritos, cajitas de latón, esculturas, infinidad de libros e incluso una mosca oriunda de la China. El aparente caos no hizo más que confirmar lo que yo ya intuía: que El Persa era un artista completo, aunque a él le gustara presentarse como un dibujante de recortables. [AL]
Me acuerdo de la generosidad de espíritu de Pepe. Yo era un extranjero en España, y un completo desconocido para él, pero sin dudarlo me consideró su amigo y de manera entusiasta apoyó mis esfuerzos creativos, como ha hecho con tantos otros. [GR]
Lo que más me chocó de su casa, abigarrada de obras suyas y ajenas, fue el lienzo en blanco que, colgado de la pared, presidía el salón principal. Me acuerdo de que El Persa, cuando me descubría mirando de reojo ese lienzo intacto, decía «Algún día lo pintaré». [AL]
«El Persa» se lo puso un profesor común que teníamos, al verle llegar un día a clase vestido de mago con un gorro cónico lleno de azules y estrellas. ¡Tendríamos unos 18 años! [LJS]
Al mirarle a los ojos descubrí que, aunque su edad rondaba los sesenta, había vivido más de mil años, y esas vivencias se plasmaban aquí y allá en forma de creaciones artísticas. Su conversación me llevó de aquí para allá, y recorrimos temas y más temas, haciendo pequeñas pausas para liar un cigarrillo o tomar un café, y pasamos horas disfrutando del placer de compartir ideas y emociones. Me acuerdo de que ese fue el principio de una gran amistad. [AL]
De los múltiples recuerdos y anécdotas escogeré el viaje juntos en moto a Marruecos, y lo que pude conocer, una vez más, de su inmensa GENEROSIDAD: de vuelta ya, pasando la noche al raso en el puerto de Ceuta –donde yo tuve la precaución de sacar los billetes y el pasaje de la moto– nos quedaba como todo capital ¡un duro! Cinco pesetas en aquellos años podía ser un bocadillo. Pues vinieron unos turistas americanos, ¡y se lo dio! Nosotros comimos, al día siguiente, tan solo una sandía que nos regalaron unos campesinos. Sólo al llegar a una gran ciudad pude acercarme a un banco y pedir una transferencia… ¡para la gasolina! [RS]
El Persa me introdujo en el mundo de las motocicletas, me mostró cómo disfrutar de las posibilidades y de la libertad que ofrecía conducir una máquina de dos ruedas con un motor de cuatro tiempos, me dibujó su teoría de cómo negociar las curvas, me enseñó a sentirme dentro del paisaje y a apreciar los diferentes olores que el aire traía a nuestros rostros durante las escapadas nocturnas por los alrededores de Valencia. Su influencia hizo que en unos pocos meses estrenara mi primera Ducati. Esta complicidad motera se ha mantenido viva entre ambos hasta la actualidad. [TM]
Un día llamé al Persa para contarle que había vendido mi scooter para cambiarla por una moto tradicional. Al momento me contestó: «¡Muy bien Aitor, las motos hay que llevarlas entre las piernas y no debajo del culo!». [AA]
El Persa diseñó un vehículo diminuto llamado Pangolín. Durante algún tiempo fue un proyecto secreto. Cuando se hizo público apareció una entrevista en el periódico. Me acuerdo de que la idea original de Pepe era regalar el vehículo a quien adquiriera el prolijo manual de instrucciones. [VF]
Cuando salíamos del colegio en Carniceros –él vivía en Borrull y yo en Lepanto– me iba descubriendo desde lejos, al verlos aparcados, todas las marcas de coches que había entonces. Tenía una gran memoria. [LJS]
El Persa me contó que cuando era estudiante en Barcelona quiso ir a ver el cementerio y le preguntó la dirección a un guardia. Al guardia le pareció muy bien; le dijo «¡Ah, es usted poeta!» y le dio instrucciones para llegar. [VF]
Una vez que fui a ver al Persa a Barcelona recuerdo que le dije que me gustaría visitar a un amigo de la mili, pero yo no sabía dónde vivía, sólo que estaba cerca de un sitio que se llamaba «Lipe» o algo así. Me llevó con la moto, salimos a las afueras y vimos un cartel que ponía «Hiper», así que enfilamos por allí. Luego nos perdimos por unos polígonos industriales y fuimos a salir a un barrio de casas nuevas que ya estaban viejas. Al llegar a un cruce, en un bar que había en un chaflán, vi a mi colega y le dije al Persa: «¡Para, que hemos llegado!». Fue una cosa de magia. [RRR]
Lo llamamos «el partido de fútbol mundial». En el Seat 850 cupé íbamos Ricardo, El Persa, Jorge Pi, Tomás y yo. Veníamos del Rincón de Ademuz (viaje de inspección de Ricardo). Estaba anocheciendo y a la altura de Landete vimos cómo del horizonte de poniente, dibujado por la línea de la cresta de un cerro pequeño, aparecía un balón volando que haciendo una considerable parábola fue a parar al borde de la carretera. A continuación, por el mismo sitio y tras él, apareció corriendo un hombre con pinta del terreno. Por suerte Ricardo dio un frenazo a tiempo y no nos lo llevamos por delante. Pero es que detrás de éste venían tres o cuatro, y detrás de éstos aún más, todos tras el balón. El primero que lo alcanzó le endiscó un patadón que lo hizo saltar por encima de la carretera y perderse de vista. La muchedumbre de tíos pasó corriendo por delante de nosotros tras el balón, sin tan siquiera mirarnos, entre eufóricos y preocupados, y como él desaparecieron. [JVM]
El Persa era un prodigio de imaginación y de conocimientos académicos y no académicos, sus fuentes eran de lo más diverso: libros de dibujo técnico, la revista Mecánica Popular, libros de ciencia ficción, novelitas de aventuras aeronáuticas, obras de filosofía esotérica, conversaciones con misteriosos personajes de su barrio… Todo ello, condimentado por su privilegiada y creativa mente, se convertía en un continuum creativo que resultaba enormemente atractivo para su interlocutor. Esa ha sido siempre una de sus bazas: la seducción intelectual. [TM]
¡Cómo le fascinan a Pepe las cosas pequeñas, ya sea el dibujo de una veta en la madera de una mesa o una mosca atrapada entre las estrechas paredes de un vaso de cristal! Pepe descubre siempre un mundo de maravillas en una habitación vacía. [GR]
El Persa vivía en un piso alto sin ascensor con vistas sobre el Botánico de Valencia. En cierta ocasión salimos juntos de la casa y al llegar a la calle él se dio cuenta de que se había dejado unas llaves o unos papeles y volvió a subir. Cuando regresó, al cabo de cinco minutos, me dijo que al entrar en la casa había encendido el televisor de manera automática y que había visto la famosa carrera de caballos del Palio de Siena que se celebra en esa ciudad italiana desde el siglo XII. Le pareció maravilloso que esos cinco minutos que esperaba perder tontamente le hubieran permitido asistir a un suceso memorable. [VF]
«El ensueño del califa» estaba en un sitio céntrico a la vez que recóndito, en una de las cuevas-tienda de los bajos de los Santos Juanes, junto al mercado central. «El ensueño» consistía en cantidad de cachivaches, artilugios y colorines repartidos sobre papeles y telas elaboradas por El Persa (¿el califa?) y compañía y puestos a la venta. Se me antojó una cueva de hipismo autóctono con la autenticidad de pueblo o de barrio que El Persa le daba a todo, aunque en el mismo centro de Valencia. [JVM]
El gran artesano que fue su padre en confitería-pastelería, que alegraba el escaparate del establecimiento que tenían en la calle Borrull, infundió en su alma de artista formas y colores que luego incorporó a sus creaciones: San Dionís, las famosas serpientes de mazapán en cajas circulares, etc. [LJS]
Debido a su querencia por el dulce, El Persa tuvo problemas con su dentadura y grandes dolores de muelas. De estas crisis dolorosas le vino la genial idea del manual de instrucciones de la Mascarilla Masticadora Bowerbräu, cuyo proyecto encontré un día sobre su mesa de dibujo completamente elaborado, con ilustraciones y textos perfectamente acabados, como un arte final que sólo espera a ser llevado a la imprenta. Temiendo que se quedara en un cajón como he visto que ha sucedido –desgraciadamente para el resto de los mortales– con tantos y tantos proyectos e ideas del Persa, me lo llevé, con su permiso, a la imprenta e hicimos una edición de 200 ejemplares que enviamos a periodistas y notables. La Mascarilla tuvo gran repercusión mediática en prensa, radio y televisión. [TM]
Me acuerdo de Pepe en mi casa, echando tanto azúcar en su café –¡diez, once cucharadas!– que me llegó a alarmar. «Está científicamente probado que el azúcar es muy bueno para el cerebro, Gordon», dijo con una sonrisa pícara. [GR]
De pequeños nos hizo creer que había estado en la luna y nos contaba historias de él y de su familia allí. ¡Eran los años 50! Los americanos llegarían en el 69. Nos hacía realidad la ficción, que contábamos a la familia al llegar a casa. [LJS]
Fuimos juntos a Huelva para participar en unas Jornadas de Editores Independientes y El Persa condujo el coche doce horas de ida y doce de vuelta. En esas Jornadas él presentaba El rayo verde, su particular homenaje a Julio Verne. Había preparado una comunicación en la que debía dirigirse al público por medio de banderitas, según el código que sirve para enviar mensajes de un barco a otro. Me acuerdo de que El Persa se pasó gran parte de la noche ensayando en la habitación con las banderitas y que el día de la ponencia las movía con mucha soltura. Como cómplice suyo, yo disponía de un segundo juego. En un momento dado debía interrumpir desde el fondo de la sala el aleteo de sus banderas para preguntar con las mías: «¿-p-u-e-d-e-i-r-m-a-s-d-e-s-p-a-c-i-o-?». [VF]
Íbamos a dar soporte entusiástico al Persa en su trabajo en las Destilerías Terravill, justo al lado de San Miguel de los Reyes. El trabajo consistía en plasmar a pincel el nombre de la bebida correspondiente en su botella —etiqueta original y única donde las hubiera—. Cogía la botella con la izquierda y con la otra mojaba el pincel en rojo y sobre la panza botellil escribía «COÑAC», diez botellas seguidas con sus correspondientes variables según le dictara la noche, el ambiente y su imaginación. Con la misma cadencia y en azul escribía «ANÍS», y después en morado «GRANADINA», etc. [JVM]
Pepe me contó su idea de un libro transparente: sólo con mirar la portada podrías ver todos los contenidos del libro simultáneamente, como si nadaras por un arrecife de coral donde se agitara un tropel de peces. [GR]
El Persa hizo una exposición en la que se entregaba como catálogo a la entrada un librito de pasatiempos. Cada cuadro de la muestra daba pie a un jeroglífico o un juego visual. A los visitantes se les iluminaba la cara al resolver un enigma y parecían todos muy entretenidos, como no suele ocurrir en las exposiciones de arte. [VF]
Luis Vila, hijo del dueño de las Destilerías Terravill y amigo hondo del Persa, nos contó cómo a mediados de los sesenta, estando en Hamburgo con El Persa, fueron invitados por unas chicas a un concierto de rock. El Persa terminó yéndose a dormir y Vila aceptó la invitación. Con el tiempo el grupo protagonista de ese concierto, llamado The Beatles, resultaron ser los de verdad. [JVM]
Me sorprendió ver lo bien que hablaba Pepe en inglés la primera vez que se encontró con mi padre. Me dijo que había aprendido el idioma escuchando a Los Beatles, y podía recordar exactamente de qué canción había extraído cada palabra. [GR]
Recuerdo una visita. Eran las cuatro de la madrugada y estábamos en pleno apogeo creativo en casa del Persa, las becas del artista trajinaban por su cabeza y nos rodeaba una densa niebla marihuanil acumulada tras anteriores noches pasadas en este plan. De repente sonó el timbre de la calle y… –¡ta channn!–: el jefe de la «Brigada 26» y compañía. El loro, tan acojonado o más que nosotros, marcó con su intenso revoloteo por toda la casa el punto dramático. «Tierra tráganos», pero la tierra no nos traga. En conclusión: alguien les había recomendado la visita y el domicilio para que El Persa les hiciera la felicitación de Navidad. Así que tan amigos, aquí no ha pasado nada y esto huele a rosas. [JVM]
Ni Lufthansa ni Air France ni Iberia supieron beneficiarse de una de las múltiples ideas de Pepe. Propuso a estas compañías que ofrecieran al pasajero con niños un regalo magnífico para entretenerlos durante el vuelo: una serie de aviones de papiroflexia, a cuál más impresionante. Fáciles de montar, y con características detalladas, para que entre otras cosas el acompañante pudiera fardar de conocimientos sobre el avión que ha construido el niño durante el viaje. En su jaula, Pavaroti seguía los ensayos de perfeccionamiento de vuelo que hacíamos desde el balcón y trinaba con cada despegue de los aeromodelos. Y los chavales de la calle corrían detrás de ellos cuando aterrizaban. Y El Persa parecía recompensado por la aceptación del producto: ¡el objetivo estaba cumplido! [AB]
Cuando vi la historieta de Pepe Los fundidores himalayos, recuerdo cuánto me sorprendió la perfección del estilo, la maestría en el uso del blanco y negro, la sabiduría y brillantez de los conceptos. Y toda esa genialidad estaba sepultada en un cajón y prácticamente olvidada. [GR]
El Persa utilizó un texto de Georges Perec sobre los puzzles para el catálogo de una exposición de recortables. Sustituyó la palabra «puzzles» por «recortables». El texto de Perec describía con admirable precisión en qué consiste la tarea del artista que construye recortables o puzzles, y la asimilaba al trabajo del escritor, quien precisa igualmente de la colaboración de un lector cómplice dispuesto a jugar a ese juego. [VF]
El Persa tenía su estudio en un terrao de la calle Tossalet. Con un gran ventanal a la calle y paredes altas que terminaban en un techo inclinado con claraboya incluida. Había de todo, y cuando digo todo incluyo una colonia de veinte o treinta hamsters blancos que, a partir de un momento, El Persa no sabía cómo parar. [JVM]
El optimismo inagotable de Pepe. Para él todo –todo– tiene su lado positivo, y cada revés significa sólo una nueva oportunidad. [GR]
Una de las alegrías más grandes fue cuando me anunció el nacimiento de su hija Marta, que ha cumplido hace unos días 13 años y que tuvo ya mayor, al estilo de Abraham con Isaac (Dios ríe). Le dije que sería un perfecto padre y algo abuelo, y que era un gran premio en su vida. [LJS]
Pepe me contó que su hija Marta, que era todavía muy pequeña, había sido la primera del grupo de amigos de su edad que había detectado en el cielo la aparición de la luna. Lo decía con orgullo. [VF]
Una vez le enseñé a Pepe una pintura que hice cuando trataba de aprender a pintar con pincel, al margen del ordenador. «¡Qué maravilla!», exclamó; pero no miraba mi cuadro, sino que sujetaba el trozo de papel donde yo había mezclado los colores, fascinado por los motivos abstractos que había producido sin querer. [GR]
El Persa siempre piensa a velocidades vertiginosas, y lo hace sin proponérselo: es su ritmo natural. No se equivoca por ello; sus conexiones neuronales son tan rápidas como certeras. Observar las manifestaciones externas de su trabajo intelectivo es enormemente gratificante. El Persa siempre descubre dónde se halla el interés de cualquier tema. Su pensamiento es tan fluido y tan eficaz que «perplejiza» y confunde a veces. Pero siempre tiene razón. [JLC]
La amistad, ya se sabe, es un gran tesoro. Además de muchos momentos placenteros y magníficas historias, la amistad con El Persa me ha deparado sabios preceptos que me han ayudado a orientarme por el deambular de la vida. Quiero contar aquí la primera de sus enseñanzas, la que recibí el día que lo conocí. Fascinado por la brillantez y la originalidad de sus trabajos, lo había llamado para entrevistarlo y preparar un reportaje para la Hoja del Lunes de Valencia. Tras un intenso repaso a sus inicios artísticos, sus referentes, aficiones e influencias, la conversación derivó hacia el I Ching, El Libro de las Mutaciones, que por aquel entonces él consultaba casi a diario de manera oracular. Llegados a un punto de la conversación me advirtió: «En realidad el I Ching no te permite adivinar nada, pero su uso nos obliga a relacionar ideas y reflexionar sobre los asuntos que nos preocupan; algo que no solemos hacer. Y, sobre todo, nos muestra que todo fluye, que el mundo es dinámico, y que la angustia no puede permanecer en ti a no ser que te obceques en perseguirla». [JC]
Aitor Arregui / Álex Bello / Jaime Canales / José Luis Castillo / Vicente Ferrer / Leonardo Jiménez Sánchez / Amadeu LeBlanc / Tomás March / Juanvi Monzó / Gordon Reece / Ramón Rodríguez Ríos / Ricardo Sanz