Clavícula
Reseña de Everilda Ferriols
16,90€
Sinopsis
Durante un vuelo, a Marta Sanz le duele algo que antes nunca le había dolido. Un mal oscuro o un flato. A partir de ese instante crece el cómico malestar que desencadena Clavícula: «Voy a contar lo que me ha pasado y lo que no me ha pasado. La posibilidad de que no me haya pasado nada es la que más me estremece.»
Aquí, la narración del episodio autobiográfico se fractura como el mismo cuerpo que se deforma, recompone o resucita al ritmo que marcan las violencias de la realidad. La descomposición del cuerpo parece indisoluble de la descomposición de un tipo de novela orgánica donde se mienten las verdades y se usan trampillas y otros trucos de prestidigitación.
En Clavícula –o Mi clavícula y otros inmensos desajustes– no: aquí la palabra busca dar cuenta de los hechos, más o menos difuminados, para llegar a entender.
La dificultad de nombrar el dolor suscita grotescas reflexiones: ¿primero me duele y luego enloquezco?, ¿me duele porque he enloquecido?, ¿el dolor nace del dentro o del fuera?, ¿primero me explotan, luego enloquezco y después me duele?, ¿o me duele y me hago consciente de que me explotan?
Al hilo de ellas se aborda una retahíla de temáticas: el filo que separa el cuerpo de sus relatos científicos y su imaginación; la intolerancia ante el desequilibro psicológico y el desequilibrio como síntoma cada vez menos excepcional; la ansiedad como patología del capitalismo avanzado y, frente a los grandes titulares, la situación concreta de un centro público de salud; lo psicosomático; la hipocondría y las enfermas quizá no tan imaginarias; las enfermedades y el dolor específicamente femeninos; la sobreexplotación y el miedo a la pobreza que castiga, sobre todo, a las mujeres; el dinero y las cuentas familiares, la cifra exacta que agudiza una molestia ósea persistente.
¿Por qué te lo recomendamos?
Clavícula de Marta Sanz
Por Everilda Ferriols
Clavícula es un libro difícil de clasificar. Si atendemos al género, no es una novela pero tampoco se trata de autoficción, porque según la propia autora no hay ficción en él, relata un episodio cierto y personal, más aún, íntimo, porque pocas cosas hay tan íntimas, tan propias como el dolor físico y el miedo al que este nos aboca. Está construido, además, a base de piezas breves muchas de las cuales podrían considerarse pequeños relatos independientes. El texto incluye, como si de una crónica periodística se tratara, correos electrónicos y algunas fotos curiosas realizadas por la autora que intensifican la sensación de autenticidad, de cercanía y complicidad.
Ya el subtítulo Mi clavícula y otros inmensos desajustes anuncia un gran malestar, un trastorno en lo más interno: los huesos, la carne, las vísceras. Un dolor tan intenso que parece capaz de remover una existencia razonablemente feliz hasta ese momento.
Pero a pesar de contar una experiencia tan concreta también es la historia de un camino que recorren, recorremos, las mujeres llegadas, casi sin darnos cuenta aunque parezca imposible, a una cierta edad. Un momento de cambios físicos internos y externos que determinan un cambio de situación en el mundo, una diferencia en la forma en la que somos percibidas, y por tanto en la forma de percibirnos a nosotras mismas. Señalaba John Berger en Modos de ver al referirse al papel de la mujer como objeto del arte:
Una mujer debe contemplarse continuamente. Ha de ir acompañada casi constantemente por la imagen que tiene de sí misma. Cuando cruza una habitación o llora por la muerte de su padre, a duras penas evita imaginarse a sí misma caminando o llorando. Desde su más temprana infancia se le ha enseñado a examinarse continuamente.
El hombre en el arte es, claro, el sujeto.
Sobrevuela cada página de este excelente libro de Marta Sanz mucha reflexión sobre qué se nos ha enseñado, siento la tentación de escribir ensañado, acerca de lo que se espera de nosotras, de nuestro aspecto pero también sobre el dolor del cuerpo femenino, sobre la histeria femenina, esa supuesta fragilidad nerviosa de las mujeres que parece las hace sufrir con más frecuencia enfermedades de diagnóstico más complejo y terapia basada en la generosa administración de sedantes…
Qué acertada la referencia al comentario de Nietzsche sobre la intensidad del dolor de una señorita burguesa europea resumiendo el desdén con el que ha sido tratado el dolor de las mujeres, el cuerpo de las mujeres.
Clavícula narra la historia de una mujer que, en uno de sus múltiples viajes de trabajo, comienza a sentir un dolor intenso, paralizante, que la asusta por sí mismo y también por lo que pueda llegar a ser. Y con el dolor llegan las consultas médicas, los análisis, la medicación, las pruebas incómodas y a veces un poco humillantes, la indefensión ante los profesionales de la sanidad. Un áspero camino, que aunque pudiera parecer naturalmente común para hombres y mujeres que van acercándose a la vejez no acaba de ser el mismo. Leyendo Clavícula resulta imposible obviar esta diferencia que debería obligarnos a pensar.
Afortunadamente la autora se defiende, nos defiende con una mirada rebosante de ironía sobre sí misma, sus médicos, su familia y sus amigos. Y decide defender su derecho a la queja como una actitud liberadora ante un mundo en el que la presión de convertirnos en individuos obligados a desear, en perfectos y felices consumidores, amenaza con consumirnos por completo. La ironía y el humor, en ocasiones amargo, le permiten llamar a las cosas por su nombre, palabras como estreñimiento, menopausia, fisura anal… poco habituales en la literatura seria aparecen en el relato suspendidas entre la tristeza, el miedo y la risa.
La brevedad desigual de los capítulos, el lenguaje preciso y contundente, los cambios de humor de la narradora que pasa y nos hace pasar del miedo, la melancolía y la angustia al alivio, e incluso a la diversión, componen una obra perfecta para apuntar a la realidad y forzar al lector a volver la mirada sobre sí mismo, sobre la sociedad que sostenemos y la angustia que nos crea.