Sobre el/la autor/a
Saul Steinberg nació el 15 de junio de 1914 en Ramnicul Sarat, un pequeño pueblo de Rumanía. A finales de ese mismo año, la familia (compuesta por los padres, Rosa Iacobson y Moritz Steinberg, y una hermana mayor, Lica) se trasladó a la capital. En Bucarest, Moritz, impresor y encuadernador, se convirtió en propietario de un negocio de cartonaje. Al terminar el instituto, Steinberg siguió durante un año cursos de filosofía y letras en la Universidad de Bucarest, y en 1933 comenzó en Milán la carrera de arquitectura en el Politécnico, dando así inicio, sin saberlo, a su vida de expatriado. En Milán permanecería ocho años, en los que no dejó de dibujar mientras aprendía italiano y algo de dialecto milanés. A pesar de que hizo muchas e importantes amistades, declararía más tarde que su mayor descubrimiento de esa época fue la soledad.
Uno de sus primeros amigos fue Aldo Buzzi, compañero de la Escuela de Arquitectura, que se convertiría con el tiempo en un interlocutor privilegiado. A él debemos la existencia misma de estas memorias y el que estén escritas originalmente en italiano. Buzzi, cuatro años mayor que Steinberg, tampoco desempeñaría nunca, como su amigo, la profesión de arquitecto: trabajó en el cine como ayudante de dirección al lado de Alberto Lattuada —otro compañero de la Escuela— y con otros directores. En 1955 dirigió, junto a Federico Patellani, el documental América pagana, dedicado a la cultura maya. Posteriormente entró en el mundo editorial, y hoy se le conoce, sobre todo, como autor tardío de un puñado de libros inclasificables. Por encima de todas las cosas, los dos amigos fueron unos grandes aficionados que compartieron su entusiasmo por la literatura, el arte, la gastronomía y los viajes.
En 1936, Steinberg comenzó a publicar en Bertoldo sus dibujos humorísticos, por los que pronto adquirió fama. El bisemanario Bertoldo popularizó un tipo de humor —infantilista, absurdo o abstracto— que lograría un éxito enorme. La revista española La Codorniz, en su primera época, bajo la dirección de Miguel Mihura, publicó asiduamente a algunos de sus más célebres colaboradores, como Giovanni Mosca o Guareschi; y también a Steinberg, aunque por distintas razones nadie haya podido ver su nombre impreso en ella. Gracias a la intervención del agente César Civita, que se constituyó en su representante, Steinberg dio un gran salto en su carrera profesional cuando, en 1940, se publicaron sus primeros dibujos en las revistas norteamericanas Harper’s Bazaar y Life. Civita fue un activo promotor de la obra de Steinberg en América, aunque se le recuerda especialmente por ser el fundador de la editorial Abril en Buenos Aires, y por dar a conocer en ella, entre otros, a los historietistas Hugo Pratt y H. G. Oesterheld.
A partir de 1938, como consecuencia de las leyes raciales promulgadas por el régimen fascista de Mussolini, Steinberg encontró grandes problemas para seguir trabajando en Italia. En 1940 se quedó indocumentado. No sin dificultades, consiguió salir del país en 1941, tras ser reclamado por familiares residentes en Nueva York. En Ciudad Trujillo (Santo Domingo) esperó todo un año a que le concedieran el visado que le permitiría entrar en los Estados Unidos. Durante ese tiempo trabajó en el periódico La Nación, donde conoció al pintor y escritor gallego Eugenio Fernández Granell, y colaboró —a través de la oficina de Civita en Nueva York— en revistas como la bonaerense Cascabel, en la que dibujaba Oski y escribía César Bruto. El 25 de octubre de 1941, mientras Steinberg se hallaba aún en la República Dominicana, se publicó su primer dibujo en The New Yorker.
Saul Steinberg llegó a los Estados Unidos en junio de 1942, cuando el país hacía escasos meses que había decidido su intervención en la segunda guerra mundial. (El ataque a Pearl Harbor tuvo lugar el 7 de diciembre de 1941.) En Nueva York se inscribió en la oficina de reclutamiento para tratar de obtener la nacionalidad y consiguió un empleo en el Departamento Gráfico de la Oficina de Información de Guerra. En 1943 ya era ciudadano estadounidense. Como oficial de Inteligencia Naval, fue enviado a China e India, y, poco después —reasignado a la sección de propaganda de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS)—, a Argelia e Italia. La División de Operaciones Morales, a la que pertenecía Steinberg, se dedicó a producir material para la guerra psicológica contra el ejército nazi. Se conoce alguna postal dibujada por él, así como caricaturas de Hitler que aparecieron en distintas publicaciones y formaron parte de la exposición Artists Against the Axis [Artistas contra el Eje], en la que también participaron, entre otros, Ad Reinhardt, Crockett Johnson y Charles Addams.
En 1944, todavía vestido de uniforme, se casó con la pintora rumana Hedda Sterne, que había llegado a Nueva York apenas tres años antes. Así contaba Hedda cómo se produjo su encuentro: ella quería conocer al autor de unos dibujos que le habían entusiasmado, publicados en la revista Mademoiselle, y lo invitó a tomar el té; Saul aceptó la invitación, se presentó en su casa y ya no se fue. Las vidas de ambos están llenas de misteriosos cruces y coincidencias. (¿Era el mundo antes tan pequeño o es que estaban siempre en el lugar donde ocurrían las cosas?) Hedda conoció brevemente a Antoine de Saint-Exupéry, y fue ella, según afirmaba, quien convenció al autor de El Principito para que —en lugar de encargárselos a otro— utilizara sus propios dibujos como ilustraciones de su hoy famoso relato. Tanto Saul como Hedda evitaron siempre la asimilación a grupos o tendencias artísticas determinadas, si bien es cierto que compartieron galería —y se reunieron y bebieron— con los artistas conocidos como expresionistas abstractos o como Escuela de Nueva York: Jackson Pollock, Willem de Kooning, Mark Rothko, Barnett Newman, William Baziotes o el ya citado Ad Reinhardt. Todos vieron pasar las mismas nubes, pero quién puede asegurar que vieran en ellas las mismas cosas.
En Nueva York, Steinberg obtuvo un éxito inmediato gracias a sus colaboraciones para las principales publicaciones del país y, de manera especial, para The New Yorker, la revista con la que todavía se le asocia y a la que él llegó a considerar su auténtica patria. En 1945, el mismo año en que se inicia su correspondencia epistolar con Aldo Buzzi, apareció su primer libro, All in Line, del que se vendieron más de 20.000 ejemplares. All in Line abrirá el camino a otros voluminosos tomos que recogerán, agrupados por temas, muchos de sus dibujos publicados en revistas. Estos libros se consideraron entonces joyas preciosas, y han corrido tanto por el mundo como lo hizo su propio autor, convirtiéndose, si no en una Biblia, sí en una especie de catecismo para varias generaciones de diseñadores gráficos e ilustradores. También para escritores, y para todo tipo de estudiosos del lenguaje. El poeta Pedro Salinas, exiliado en Estados Unidos, recortaba dibujos de Steinberg y de Thurber de números atrasados del New Yorker y los pegaba en hojas en blanco con algún propósito que por desgracia ignoramos.
Steinberg realizó frecuentes viajes a Europa, bien por trabajo o para visitar a su familia, o bien, como Ulises, en busca de un hogar. (O, más probablemente, en busca del Paraíso y para holgar.) También recorrió la totalidad de los Estados Unidos en largas travesías de autobús, lápiz en mano, para retratar del natural una América apenas vista antes por nadie. En muchas ocasiones viajó solo, pero en el año 1957 viajó con Hedda por España: alquilaron un Citroën DS 19, no visto nunca antes por nadie (es el modelo conocido como «tiburón»), y el coche y sus tripulantes causaron sensación en cada escala de su recorrido. Un viaje difícil, como reconoció su protagonista. Tal vez para quitarse esta espina, en 1958 visitó a Picasso en su finca francesa de La Californie y los dos pasaron un buen rato dibujando a medias varios cadáveres exquisitos. Según Steinberg, Picasso hablaba con una voz susurrante de fumador idéntica a la del Padrino. En 1960, Sigrid Spaeth, una joven fotógrafa y diseñadora alemana, entró en la vida de Steinberg y se convertiría en su nueva compañera. Saul y Hedda, a pesar de su separación, siguieron manteniendo una excelente amistad: hasta el final de su vida, Saul no dejó de telefonear a Hedda prácticamente cada día.
Al mismo tiempo que una parte de su trabajo se daba a conocer a través de revistas y libros (y realizaba murales, tarjetas de felicitación o fondos para ballets), otra parte se presentaba al público a través de galerías y museos. La primera exposición individual de Steinberg tuvo lugar en la Wakefield Gallery, en 1943, y la organizó Betty Parsons. Desde entonces, y hasta la actualidad, numerosas exposiciones se han ido sucediendo regularmente. Las galerías Betty Parsons y Sidney Janis —y, desde 1982, The Pace Gallery— han detentado la representación de su obra, y la galería Maeght la ha llevado hasta París, Zúrich y Barcelona. Un acontecimiento que aparece destacado en todas las biografías de Steinberg es la exposición antológica que le dedicó el Whitney Museum de Nueva York en 1978. Supuso un salto cualitativo en su valoración como artista y dio a conocer trabajos muy alejados de lo que la mayoría de la gente había visto en las revistas; sin embargo, antes de que la muestra tuviera lugar, Steinberg albergaba sentimientos ambiguos al respecto. Evidentemente, representaba un gran honor y era una oportunidad que no podía dejar pasar (y, además, el texto del catálogo lo iba a firmar un gran crítico, su amigo Harold Rosenberg), pero quizá no fueran todo ventajas: el escultor Alexander Calder, otro amigo, había fallecido solamente unas pocas semanas después de su retrospectiva en el Whitney.
A partir de mediados de los setenta, coincidiendo con la muerte de su hermana, Lica, a la que siempre se sintió muy unido —y, sin duda, influido también por las conversaciones con Buzzi en su casa de Springs—, en su obra, tan inclinada hacia lo autobiográfico, se acentúa esa tendencia. En los años ochenta y noventa, Steinberg vio desaparecer a muchos amigos cercanos; fue recluyéndose cada vez más en su casa de campo y redujo su vida social, prácticamente, a aquellos amigos escritores de origen europeo con quienes compartía la condición de refugiado. Aldo trató de entretenerle, involucrándole en sus pesquisas intelectuales, y Hedda le animó a practicar meditación y yoga, a estudiar zen y a llevar un diario. También fue un espíritu protector su cocinera mallorquina, Josefa, a la que cariñosamente llamaba «la Perla», y con la que hablaba en un español salpicado de voces dominicanas. En 1995, los médicos le diagnosticaron un cáncer de tiroides, pero le recomendaron la no intervención. La enfermedad agravó su melancolía: rompió viejos dibujos y dio instrucciones para que a su muerte parte de sus papeles fueran depositados en la Beinecke Rare Book and Manuscript Library de la Universidad de Yale (donde hoy se encuentran) y para que se creara la Fundación que lleva su nombre.
En 1996, después de arrastrar durante años una depresión crónica, Sigrid se suicidó, poniendo fin a su sufrimiento y a una relación complicada. Antes se había marchado Papoose, el gato de Sigrid, quien, tras una convivencia de quince años, había llegado a ser un personaje importante en la vida de Steinberg. Este confesaría que lo echaba en falta más que a muchas personas: también Papoose era una patria. A principios de 1999, Saul Steinberg sabía que no le quedaba mucho tiempo. En mayo le detectaron un cáncer de páncreas en estado avanzado y murió el 12 de mayo de 1999. Le sobrevivieron Aldo Buzzi, que murió en 2009, a los 99 años, y Hedda Sterne, que murió en 2010, a los 100 años. (¿Acaso los dos llegaron a centenarios para cuidar del amigo?) En 2002, el IVAM de Valencia expuso la que sería la primera muestra retrospectiva tras su fallecimiento y, un poco antes y un poco después, se publicaron en Italia los dos libros de memorias al cuidado de Aldo Buzzi, Riflessi e ombre y Lettere a Aldo Buzzi, 1945-1999. A finales de 2006 se inauguró la exposición Saul Steinberg: Illuminations, que ha recorrido ocho museos de América y Europa y que ha sido celebrada como la mayor retrospectiva dedicada a Steinberg y a su extraordinaria contribución al arte del siglo xx. Del catálogo que acompaña a esta muestra proceden muchas de las informaciones aquí recogidas.
(Mientras estoy pasando a limpio esta pequeña cronología, tengo la televisión encendida y oigo decir a una voz femenina: «Era alguien que conocía a los griegos, se sumergió en los griegos, de ahí la presencia de Homero en su obra; de Horacio, de Virgilio. Tenía, incluso, conocimientos culinarios: sobre recetas, él era un maestro. ¡Conocía tanto mundo! Pero no sólo el mundo de las bibliotecas, sino el de los paladares, el de la sensualidad. Era capaz, de repente, de hacer de un conejo el leitmotiv de una reflexión extraordinaria». Me figuro que habla de Saul Steinberg y empiezo a prestar más atención; pero no, quien habla es Nélida Piñón y se refiere al escritor gallego Álvaro Cunqueiro. No sabemos si el autor de Un hombre que se parecía a Orestes era otra máscara de Steinberg; en todo caso, quizá, alguien con quien hubiera podido relacionarse.)
Vicente Ferrer