Sobre el/la autor/a
Han pasado 10 largos años ¡o más! (ya he perdido la cuenta) desde que me propusieron realizar este libro. Sin embargo, aún sigo con la sensación de que nunca estará acabado, como esta gran ciudad que, al recorrerla, pareciera no terminarse nunca.
Comencé a realizar algunas ilustraciones a partir del encargo de Vicente Ferrer, editor de Media Vaca, quien me pidió que trabajara con la misma impronta que en mis pequeños libros de bitácora, es decir, usando basura; esa misma basura que la carnavalesca sociedad de consumo desecha día tras día. Etiquetas, estampillas, envases y todo tipo de papeles impresos que van a parar al tacho han encontrado su lugar en este libro, artefacto cargado de souvenirs recogidos del mismísimo suelo de la ciudad de Buenos Aires.
Esos recortes de papel me acercaron a una vista parcial de una Buenos Aires que se completa con la voz de aquellos poetas que a través de sus textos se han hecho eco de sus calles, de su gente, de sus estatuas, de sus anécdotas, de su música de tango, de sus colonias de inmigrantes. Los artistas de antes: Gardel, Santos Discépolo, Macedonio, González Tuñón, Girondo, Fernández Moreno; y los de ahora: Sumo, Laura Yasán, Ral Veroni, Washington Cucurto. Todos ellos han sido mis cómplices mientras deambulaba por la ciudad intentando atrapar sus marcas y señales más distintivas. Una ciudad que logré apropiarme sólo cuando decidí alejarme de ella para abarcarla de un único vistazo: mirándola desde el Río de La Plata. Ese mismo gran río al que la mole urbana le ha dado siempre su gran espalda dejándolo lejos de la mirada y del disfrute de sus ciudadanos. ¿Será por esa razón por la que Saer lo llamó «el río sin orillas»?
La historia de este viaje comienza en 2001, cuando el editor me propuso ilustrar El libro del desasosiego de Fernando Pessoa. Por distintas razones, aquel proyecto no llegó a concretarse, pero si algo de aquel origen ha sobrevivido hasta el día de hoy es, sin duda, la sensación de desasosiego que he experimentado mientras veía pasar los años sin lograr poner el punto final al libro.
De los diez (o más) años, pasé tres y medio recogiendo azarosamente aquellos pedazos de papel impreso que la brisa del viento pampero arremolinaba en cada ochava. Ese mismo papel poco a poco empezó a transformarse en algo ingobernable, en algo que crecía día a día y que empezaba a ganar cada vez más espacio dentro de mi pequeño estudio. Pronto me vi obligado a empezar a clasificar esa basura como lo hacen los verdaderos cartoneros, pero ordenándola por temas. Así fue como comencé a armar sobres temáticos: Arquitectura y entornos, Medios de transporte, Animales, Insectos, Plantas, Personajes, Tipografías, etcétera, etcétera.
Primero dediqué un sobre por tema, pero pronto cada tema empezó a ocupar varios sobres, y esos sobres varias cajas, ¡y esas cajas varios metros cuadrados de mi espacio de trabajo! A estas alturas, y habiendo pasado tanto tiempo entre medias, debía enfrentar un nuevo caos —¡un gran kilombo!— que a pequeña escala emulaba ese sistema caótico que la gran ciudad nos propone a diario cuando nos movemos por su entreverado ejido. Caos que al fin y al cabo se convierte en un orden tan natural del hombre… o en un libro como este que usted, querido lector, querida lectora, tiene ahora en sus manos. D. B.
DIEGO BIANKI (La Plata, 1963) es autor, entre otros, de los siguientes libros: Pleine lune (2003), Restorán (2003), Candombe (2004), Nariz de higo (2005), Papeles fútiles (2007), Con la cabeza en las nubes (2010) y Rompecabezas (2012).