A pájaros y migas
Reseña de Pepe Cervera
20,00€
Sinopsis
Vicente Gallego (Valencia 1963) ha publicado los libros de poemas titulados Santa deriva, Cantar de ciego, Si temierais morir, Mundo dentro del claro, Cuaderno de brotes, Saber de gallinas y Ser del canto. Recientemente, sus libros de poemas, depurados y corregidos, se ha publicado en la antología titulada Cantó de pájaro. Como ensayista se da a conocer con tres libros acerca de la naturaleza original de la realidad: Contra toda creencia, vivir el cuerpo de la realidad; y Para caer en sí. Desde hace veinte años, trabaja en la EMTRE como pesador de camiones de residuos urbanos.
¿Por qué te lo recomendamos?
Vicente Gallego – A pájaros y migas
Por Pepe Cervera
Podría titular este texto Vicente Gallego y la épica de la cotidianidad, pero también podría titularlo Vicente Gallego, el Dios de las pequeñas cosas o, fusilándole el título a Carson McCullers, Vicente Gallego, reflejos en un ojo dorado. Cualquiera de ellos valdría para hacerme entender o, al menos, para intentarlo, porque cualquiera de ellos describe lo que he sentido tras la lectura de A pájaros y migas. Si pudierais mirar de cerca a la pupila de Vicente comprobaríais hasta qué punto lo que digo es cierto. En la pupila de Vicente, en ese punto negro del tamaño de la cabeza de un alfiler que resplandece en el centro, hay todo un mundo en pequeño, un universo en el que no falta de nada; hay toda una vida que perfectamente podría ser la de cualquiera. Deslumbramiento, desconcierto, fascinación,; hay sorpresa (ahí tenéis Alpiste o Extrarradio), hay arrobo por todo lo que tenemos alrededor, al alcance de la mano. Para Vicente toda vida, toda experiencia es nueva, cada día, cada hora, cada minuto la estrena y así nos lo cuenta, sin hacer trampas y, tal y como dice la cita que abre el libro, “Al oído de amor sobran palabras” (Mario Míguez), despojando sus versos de todo exceso, reduciendo su discurso a lo esencial, dejándolo en la proporción justa de músculo y esqueleto.
Vicente escribe versos para que yo, que me tengo por hombre serio, de espíritu y piel impoluta, desee tatuármelos, es un creador de imágenes impagables. Ese puñado de ancianos liando picadura como el que arropa a un niño, esa luz en el pasillo que se ciñe a las curvas de una mujer, unas manchas de vino en el mantel, las rodajas de limón, las manos de una madre, la niñez entera en el cristal de unas copas antiguas. Incluso de la tragedia saca hermosura a raudales (disfrutad de Tú pagas, Elegía, Ojos de Aroa… Ah, Ojos de Aroa, solo llegar a ese poema justifica la larga caminata; disfrutadlos y llorad, no os avergoncéis cuando fluyan las lágrimas, dejaos llorar, no pasa nada. Yo he temblado y llorado con Chiquillería, con Lágrimas de cocodrilo, Café del tiempo, Gorrión… con tantos y tantos). Vicente ha hecho grande lo diminuto (qué digo grande, lo ha hecho enorme, gigantesco), el detalle insignificante: el trino de los pájaros en una azotea, el zumbido de los abejorros en una higuera, un niño corriendo por un parque con pies de trapo u otros pájaros que levantan el vuelo entre ropa tendida. Y ante ese gesto inapreciable, ese retazo entrevisto, ese soplo fugaz, nosotros empequeñecemos. Vapor de arroz es un poema en que el poeta asoma, se manifiesta y dice:
“casi estuve
tentado de ir por mí
para contarme
por dónde había entrado
el alma en aquel cuarto
de todo lo indecible”
pero se contiene y vuelve a tomar distancia, retrocede un par de pasos, prefiere quedarse en segundo plano (¿para que contarse uno si tiene todo el mundo que es un espectáculo?) y simplemente llamar la atención sobre lo que tenemos ahí enfrente, lo que siempre ha estado ahí enfrente y nos resistíamos a ver.
A pájaros y migas es uno de los libros más optimistas que le he leído a Vicente Gallego. Es un libro entusiasta, vital, tierno, entrañable, con la pasión medida, la exacta, la que requiere una sobremesa con amigos, la espera a la puerta de un colegio hasta que salen los niños o el acto de amarse durante la hora de la siesta (la mejor hora para tal menester, por cierto).
A pájaros y migas es un libro de amor. ¿Quién decía que en el amor no hay tema? Pues toma, que si quieres arroz. Él mismo lo dice en el poema La cadencia, no es buscar, es hallar amor en este punto, en este, aquí mismo, donde ahora estamos. Amor, ni más ni menos. Ja, qué fácil me lo pones, calavera. Vicente nos lo entrega, todo, lo tiene de sobra, nos reparte amor a capazos.