Bajo su apariencia liviana, Dorayaki es una novela que no deja de preguntarse en qué consiste la vida. Su autor, Durian Sukegawa, nos sitúa en el espacio reducido de un establecimiento dedicado a la preparación de dorayakis. Allí trabaja Sentaro, un hombre echado a perder tras su paso por la cárcel que ahora se dedica a preparar los pastelitos rellenos de pasta de azuki. Cierto día, Tokue, una anciana que ha vivido casi toda su vida recluida en una instalación para enfermos de lepra, se presenta en la pastelería con la intención de ayudar a Sentaro en la preparación de los dorayaki. Con ese planteamiento, Sukegawa nos explica hasta qué punto resulta difícil liberarse de las heridas del pasado y cómo estas, precisamente, condicionan lo que podemos ser en el presente. Así, exploramos la vida mediocre de Sentaro al mismo tiempo que somos testigos de la incomprensión que despierta la enfermedad de Tokue.
Uno de los aspectos más interesantes de la novela reside en la cantidad de matices con los que Sukegawa la construye. Está, por ejemplo, la presencia permanente del cerezo como metáfora de transición vital, ya sea a través del árbol frente a la pastelería, que marca el paso de cada estación, o de los pétalos del cerezo en flor que enriquecen el té recién preparado. Está, también, ese juego de correspondencias y cartas que Sentaro y Tokue se intercambian, y en las que el autor consigna esa intimidad que parece imposible de trasladar a la vida pública. Dicho así, Dorayaki es más una novela de secretos y silencios, o de vidas que no saben cómo abandonar los márgenes, como si no pudiesen gozar de una nueva oportunidad en el mundo.
Es curioso cómo la novela presenta un grupo de personajes que abarca todas las edades, empezando por Tokue y acabando con Wakana, casi una adolescente, quizá esa pizca de confianza en el futuro que Sukegawa pinta en el paisaje. Tres personajes marginales que, sin embargo, nunca dejan de enseñarnos su tremenda humanidad. Todo en Dorayaki se podría entender como una metáfora: desde la preparación meticulosa de la pasta de azuki hasta la forma de acompasar cada estación del año con las tribulaciones de sus protagonistas. Y la cuestión es que Sukegawa, lejos de brindarles una solución o una salida de emergencia, plantea a sus personajes una pregunta tan clara como difícil de resolver: en qué consiste la vida. Todo lo que se puede decir de este libro reside en sus pequeños detalles, en la manera de profundizar en los aspectos emocionales más universales a través de gestos tan sencillos como, en definitiva, humanos.
Si algún título no está disponible en la web no dudes en preguntarnos, es posible que lo tengamos en la librería.